Imágenes instantáneas se suceden al compás de mi ritmo cardíaco.
Sin ningún tipo de parametro temporal, abro y cierro los ojos tratando de hilar de manera coherente estas tragicas fotografías que recorren mi cerebro. Hasta el momento solo se puede concluir en que la vida y el caos colisionaron por este lugar dejando escombros de una determinada realidad. Como si una energía en su máximo esplendor se hubiese combinado con su equivalente opuesto desencadenado infinitas consecuencias.
Estoy despierto? Estoy vivo? O estos sucesos son los primeros pasos de mi propia muerte, presentándose como una expresión residual de mi consciencia ya inexistente?
No hay dolor, no hay temor, solo un silencio irrevasable dentro de una oceánica calma nunca antes experimentada. Sin embargo, si este fuese el final del camino, deberia sentir
una profunda angustia provocada por toda una vida fuera de control, carente de comunicación, sin poder, sin decisión. Nada de eso parecería perturbar esta paz que a pesar de dispararme con imagenes inentendiblemente desoladoras permanece invulnerable. O quizas me equivoque, tal vez precisamente eso sea la muerte, el trillado concepto de la liberación del alma que ya no sufre ni se arrepiente, puesto que ya no es. Por lo tanto, podría arriesgarme a decir
que esta es la última conclusión metafórica del razonamiento. Las imágenes son recuerdos, mientras que la falta de entendimiento sobre las mismas hace referencia a aquellas oportunidades que perdi en vida, esos hilos que no pude conectar, esos lazos que no logre establecer, esos sentimientos que no termine de experimentar. Ahora bien, lejos de sentir fracaso, en la seguridad de esta calma absoluta, siento una completa aceptación hacia mi pasado. Acepto que fui una pequeña parte intrascendente de un gigantezco plan del cual mi dicernimiento apenas formo parte, y que a pesar de todos mis desatinos siempre fui sintiendome más completo, más entero, más capaz. Viendolo de esta perspectiva la muerte es entonces la última sabiduria, la aceptación completa, el último regalo del conocimiento, como si la razón y las sensaciones se fusionaran de manera completa para resultar en felicidad incondicional.
Aquello que no pude encontrar viviendo, finalmente lo descubro muriendo. Siento que estoy en la antesala del final pero la espera no es ansiosa ni desesperante dado que el sabor del momento es casi perfecto. Lo único que molesta es no tener una segunda oportunidad, no poder volver al minuto cero y encarar la vida con este esperanzador bienestar. Como hubiera sido mi vida con la certeza de que la felicidad existe y es absolutamente alcanzable?
Las imagenes se disipan de mi memoria, comienzo a olvidar lo que estaba diciendo, empiezo a perder el conocimiento, ya no tengo lenguaje, estos son mis últimos pensamientos.
La nada se materializa mediante una luz blanca insorportablemente encandilante, la paz desaperece siendo el frío insorpotable y mis gritos desgarradores.
Un segundo antes de perderlo todo, algo me toma en sus brazos, y le dice a otro algo: felcitaciones! es un varón.
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